Respetable señora: La hemos visto a usted miles de veces, alta, bella, sensual, con esa túnica que le marca las formas y esa balanza donde pesa nuestros delitos y decide el castigo correspondiente. Y sepa que la admiramos y apreciamos. Sin usted el mundo sería diferente. Y a las pruebas nos remitimos: donde su presencia es nula o escasa se cometen las mayores barbaridades. Ya sabemos que también ocurre lo mismo en otros lugares donde pomposamente la muestran como ga­rante de libertad y derechos humanos, pero, siempre que se manifiesta algo de tranquilidad nos invade.

         Mucha gente reniega de usted, pero nosotros pensamos que es digna del mayor respeto. Nunca entendimos a aquel político dichara­chero cuando aseguró que la justicia era un cachondeo. O se le calentó la boca o sabía algo que los demás mortales desconocemos.

         Pero una cosa si sabemos… y lo sabemos, no porque nos lo hayan contado, sino por haberlo sufrido en la práctica. ¡Qué lenta y aprensiva es usted, señora! Su lentitud y su miedo – perdone nuestra insolencia – la vuelve injusta. Y es lo peor que se le puede decir.

         Cuando falleció el anterior dictador, usted se encontraba secues­trada y poco pudo hacer, pero ahora, nos dicen, es una parte impor­tantísima de los tres poderes básicos en una democracia. Y tampoco hace nada. No sabemos si incurrimos en desacato por hablarle de esta manera, pero es necesario que reaccione. En el mundo se cometen muchas injusticias y a usted se le ve muy poco. Fíjese lo injustos que somos: Si pidiéramos el diez por ciento de su fortuna a las cien personas más acaudaladas del mundo, ellas continuarían siendo asquerosamente ricas, pero habríamos solucionado el problema del hambre en toda la tierra. Y no es necesario irse tan lejos, en nuestra Andalucía llevamos siglos de injusticia y a usted ni se le ve ni se le nota.

 Se ha convertido en una trama burocrática sin corazón ni emo­ciones. Precisamente, la verdadera justicia está en la equidad, en la aplicación de la justicia natural, en dejarse guiar por el sentimiento de la conciencia en vez de por las prescripciones rigurosas o por el texto concreto de la ley. Porque en esta tierra, ni se debe judicializar todo, ni nadie puede escapar de sus brazos; por muy Rey, Jefe de Estado, hijo, yerno, pariente, militante o simpatizante que sea.

 Puede ser que el problema esté en sus ojos tapados. Dicen que se los vendaron para que usted no conociera a quien juzgaba y así podría decidir lo mismo con el poderoso que con el humilde, con el rico que con el pobre, con el influyente que con el insignificante. No era mala idea, pero en estos tiempos parece necesario todo lo contrario. Es imprescindible que usted juzgue con mil ojos, para verlo todo, para descubrir quien le quiere engañar, quien la utiliza, y así, diferenciando a unos de otros, poder manejar su balanza con la mayor equidad posible.    

 Y cuando tenga esos mil ojos, podrá mirar a nuestra Andalucía y verá la escasa justicia que nos acoge. Desde el poder manejan las leyes a su conveniencia, desde el poder derogaron la reforma agraria, desde el poder se favorece a los familiares y amigos, desde el poder se conculca la democracia, desde el poder nos engañan asegurando que trabajan por la igualdad social tan necesaria, desde el poder se premia a quienes no se lo merecen…

 Y usted sigue ahí, impertérrita, o sea, de piedra o de tierra, pero muy poco humana.

Autor: Tomás Gutier.

Libro “Cara y Cruz del Andalucismo” (Autores: Tomas Gutier/Manuel Ruiz)