Desconocida señora: Aunque sabemos poco de usted, sí estamos informados de que su nombre, aunque proviene de un mito griego, está vinculado con Andalucía desde hace muchos años. Aparece en una crónica cristiana donde se narra la batalla de Poitiers que enfrentó a tropas francas contra el ejército de Al-Ándalus.

Luego, poca relación hemos tenido. Poca relación si hablamos de trato humano, de intercambio cultural, de conocimiento entre personas o de mezclas raciales, porque en lo relativo a las guerras, la permuta ha sido constante, sobre todo con los gabachos y los hijos de la Gran Bretaña. Y en cuanto a religiones qué vamos a contarle que no sepa: la intransigencia castellana con lo musulmán y judío por este rincón, le hará más tarde arisca inquisidora con todo lo protestante, librepen­sador y laico.

A mediados del pasado siglo, Europa fue el lugar de emigración en busca de esa fortuna que nuestra tierra nos negaba y, a comienzos de este, la oportunidad de conocer nuevas ciudades, y otras cosas, gracias al Erasmus ese. Simultáneamente, y a partir de 1986, usted se convirtió en la proveedora de las famosas y denostadas subvenciones, llamadas irónicamente ayudas. Esos fondos europeos que nuestros políticos en el poder han usado tan partidista e insensatamente, y que podrían haber supuesto la rampa para nuestro despegue.

Así ha sido nuestra relación con el viejo continente: luces y som­bras, amores y desengaños. Pero cuando dejamos atrás la dictadura todo se había olvidado, Europa era la panacea. Aunque primero fue un proyecto económico, luego una aspiración social y después una im­posible unidad política, usted supuso una ilusión, un ejemplo y un camino. Parecía algo intocable. Fíjese, cuando nos propusieron en referéndum una Constitución para Europa dimos un sí fervoroso sin saber siquiera lo que votábamos. Así somos de irresponsables. Pero es que usted nos caía muy bien. Nos la habían pintado muy guapa.   

Ahora, señora Europa, la percepción está cambiando, y ya no es tan hermosa ni positiva. Cuando repasamos nuestros apuntes y ha­cemos balance, no nos salen las cuentas, parece que las pérdidas sobrepasan los activos. A la Andalucía del desempleo, el tema ese de una Europa a dos velocidades nos suena desde hace tiempo.

Nos vino dinero de Europa, pero cerramos nuestros astilleros. Nos vino dinero de Europa, pero arrancamos nuestras viñas. Nos vino dinero de Europa, pero desmantelamos nuestras escasas empresas. Nos vino dinero de Europa, pero perdimos el control del aceite. Nos vino dinero de Europa, pero nuestros pesqueros se quedan en tierra. La verdad sea dicha, eso de darnos una cantidad para que dejemos los frutos en los árboles no entra en nuestra cultura. Tampoco entendemos lo de subvencionar a duquesas y terratenientes sólo por plantar deter­minados cultivos, sin exigirles producción ni empleo. ¿Cómo hemos sido capaces de aceptarlo?

Creemos que nos equivocamos apostando por usted. O, al me­nos, apostando por usted tal como nos la han vendido. Dejamos que los políticos europeos hicieran una unión basada en la economía, y nos equivocamos, los mercados nunca unen, separan. Esa pomposa Unión Europea se debió sumar alrededor de los pueblos, de las culturas, y ahora prevalecería la convivencia, pero la economía manda y a la co­dicia la llaman crisis.

En fin, señora, que vista de cerca ya no nos parece usted tan elegante ni tan guapa, ni tan sabelotodo. Y, para colmo, la que nos está dando su niño, el euro… y la prima. En fin, ya veremos cómo acaba todo esto.

Autor: Tomás Gutier.

Libro “Cara y Cruz del Andalucismo” (Autores: Tomas Gutier/Manuel Ruiz)