IdIA

Carta a España o las Españas.

Cara y cruz del Andalucismo, Cartas Andaluzas

Nos dicen que usted es la madre patria. ¿Qué es eso? ¿Madre y padre a la vez?. Aunque da lo mismo, ya sea nuestra madre, o nuestro padre –o nuestras madres y nuestros padres, quien sabe-, nos quiere usted muy poco, o mejor dicho, y perdone, nada, a Andalucía no la quiere absolutamente nada.

            Ninguna madre, con un mínimo amor por su hijo, aunque sea el más endeble y feo de la familia, lo mantiene apartado y el último en todo. Sin embargo, usted lleva siglos despreciando a una de sus supuestas hijas. El mejor traje se lo da al primogénito, el mejor plato se lo da a la niña que se queja y gruñe, la mejor cama la cede a su niño preferido porque si no se enfada… Y a la niña andaluza, a la escuálida niña que ni siquiera protesta, le da las sobras y la deja siempre la última.

            No sé si conoce lo que un día escribió Blas Infante en un Manifiesto  publicado en la ciudad de Córdoba el año 1919. Le ruego que no se moleste por lo que viene a continuación, es el dolor de un andaluz convencido de la necesidad de luchar por unos ideales consciente del momento histórico que vivía y asumiendo responsabilidad ante su pueblo.

“Sentimos llegar la hora suprema en que habrá de consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España, la cual va a desvanecerse como una sombra antes de que concluya este instante solemne de la vida mundial (,,,) Todos los pueblos del mundo han sentido desgarradas sus entrañas y han producido dolorosamente una vida nueva: Desgárrese también la vieja España (…) Declaremos a los representantes del régimen actual y sus procedimientos, incompatibles en absoluto, por su inconsciencia e inaguantable contumacia con las aspiraciones generosas de renovación (…) Rechacemos la representación de un Estado que nos deshonra(…) Declarémonos separatistas de este Estado que nos descalifica ante nuestra propia conciencia y ante la conciencia de los pueblo extranjeros”.

            Duras palabras, riguroso planteamiento, pero era necesario mostrar a los andaluces la realidad oculta, “…llenar de imperativos de vida clamorosa y palpitante el silencio de muerte de sus conciencias calladas”. Aunque no todo era fatalidad, un mensaje optimista y esperanzador se incluía también en el Manifiesto.

            “Ante el fatal advenimiento de esta hora decisiva, nosotros queremos intensificar en este territorio yermo y silencioso, cementerio que pueblan espíritus apagados, nuestra labor creadora de un pueblo vivo, bullicioso y feliz que irradie con su actividad potencialidades progresivas para las nuevas eras. Nosotros, conscientes de nuestra misión vital, invitamos fervorosamente a todos los andaluces a que, recordando como un acicate su gloriosa historia, no de guerras, sino de maravillosas civilizaciones pasadas, colaboren en la batalla nuestra; a que sientan un anhelo intenso y poderoso de vida propia y distinta, considerándose cada individuo factor activo de la nueva Historia”.

            Una generación comenzaba a despertar en los inicios del siglo XX, otra despertó a finales del mismo siglo y, la siguiente, se durmió en los laureles. Y nunca mejor dicho.

            Así nos alentaba Blas Infante. Nosotros, noventa y tres años después, nos sentimos incapaces de escribir con esa contundencia y determinación. Nosotros formamos parte de ese cementerio poblado por espíritus apagados. ¿Quién sería capaz de firmar este Manifiesto en los albores del tercer milenio?. De eso se valen.

            Perdone que al comienzo de nuestra carta le llamemos vieja, cuando su creación tiene poco más de quinientos años. Plena juventud en esto de contar la edad de los países. Pero es que se le ve vieja, gastada, cansada, manejable, y eso nos preocupa. Se deja usted manipular por intereses partidistas en unas ocasiones, y por intereses fragmentados, o meramente mercantilistas, en otras. Y eso nos hace daño a todos. Usted, paraguas que debería cubrirnos, tiene la tela rota, el mango astillado y las varillas son un peligro para nuestros ojos. Señora madre, señora España, finalizamos ya para no cansarla. Y terminamos con una queja que, si no se la toma en serio, nos dará muchos quebraderos de cabeza. A todos, no se le olvide, a todos. Nuestros pretendidos hermanos se aprovechan de nuestra indolencia e inferioridad, y usted no hace nada, al contrario, les defiende; protegiendo al fuerte frente al débil. Además, nos utiliza, estamos asqueados de que nuestra identidad sea negada por un lado y, por otro, usada a antojo de sus intereses cuando quiere vanagloriarse. Sabe que en nuestra debilidad está nuestra dependencia y se aprovecha. Pero eso no es propio de una madre. El daño se va acumulando y un día esto va a explotar. Un día nos vamos a hartar y el portazo será duro y sonoro.

            Cuando alguien vuelva a manifestar la necesidad del acabamiento de la  vieja España, ya será tarde.

Autor: Tomás Gutier.

Libro «Cara y Cruz del Andalucismo» (Autores: Tomás Gutier/Manuel Ruiz)

 

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