Durante la Edad Media, y en el territorio dominado por los reyes norteños, la plebe se acercaba a los castillos donde vivían sus opre­sores para contemplar los festines que celebraban los nobles de turno. Emocionados, creían vivir esa posibilidad y soñaban con formar parte de ella. Pero, poco después, el golpe de la realidad (o del guardián de los señores), les devolvía a la triste verdad. Creían ser parte de una élite superior cuando verdaderamente eran súbditos, vulgo y chusma. Los sueños les hacían ver un espejismo y la vida les mostraba la cruda evidencia.

Lo mismo le pasa al andaluz, se siente español de forma irre­flexiva, pero las circunstancias, la vida, le han dado otro título. Podrá engañarse a sí mismo, pero la tozuda realidad es muy distinta a la quimera de sus sueños. Al igual que los súbditos medievales, no es un español de primera, sino un andaluz de… Andalucía.

        Muchos quisiéramos sentirnos españoles, tener los mismos de­rechos, las mismas facilidades, la misma renta per cápita, la misma calidad educativa y sanitaria, los mismos salarios, el mismo tanto por ciento de parados y el mismo nivel de vida que un español vasco, catalán o madrileño, pero no es así. Estamos un escalón más abajo. Somos menos españoles.

        Por eso se ríen de nuestra forma de hablar, desprecian nuestras costumbres, utilizan nuestro folclore o niegan nuestra cultura. No nos damos a respetar y nos ven diferentes. Y cuando queremos hacer valer nuestra condición de españoles, nos miran de arriba abajo y se les escapa un… andaluceees. Así, dicho con retintín pajolero y retrancoso.

        Por eso escribimos esta carta a ti, andaluz que te sientes sólo español, para decirte que te entendemos. Tu actitud es comprensible – todos aspiramos a una posición social más elevada – pero desconcer­tante. ¿Cómo pretendes querer ser español de pleno derecho y no haces nada para conseguirlo? Si te dejas manejar, si te dejas engañar con cánticos de sirena, si te contentas con lo que les sobra a otros, si consientes que te insulten, si no decides por ti mismo, nunca llegarás a alcanzar esa españolidad de la que tanto presumes. Nunca serás cabeza de nada, simplemente cola de lo que sea. Y ya sabes que el rabo siempre está manchado de lo mismo.

Sí, ya estamos enterados, el título de español se consigue simplemente naciendo entre las fronteras de España – o siendo depor­tista de élite, que te dan la nacionalidad en tres días – pero es un título de papel. El de verdad es necesario ganárselo uno mismo, con trabajo, con esfuerzo, con dignidad, igualándose al resto de territorios que nos superan en todo y ampliamente. Mientras tanto, y perdona que lo repitamos, poco españoles seremos. Únicamente, andaluces de… Andalucía.  

¿Por qué piensas que defender a España no implica defender también lo andaluz? ¿Por qué para ti significa necesariamente todo lo contrario? Por ello, y volviendo al símil anterior, a lo mejor sería interesante pensar si nos convendría ser cabeza de lo que somos. Fuera problemas, ya no aspiramos a más porque hemos llegado al máximo. Es una posibilidad, una liberalizadora y dignificante posibilidad.

        Hay quién se siente español, sin serlo, y hay quien no quiere ser español, pero lo es. Cosas de la vida, que es así de veleidosa. Aunque al final, las realidades unas veces son como son y otras como queremos que sean.

Claro que, si escuchamos a Segismundo, también pueden con­vertirse en fantasías complicadas:

“Y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”.

Autor: Tomás Gutier.

Libro “Cara y Cruz del Andalucismo” (Autores: Tomas Gutier/Manuel Ruiz)