Negro, ¿verdad? El presente negro, el futuro negrísimo y los andalucistas… quemados. Tanto luchar para nada.

 Han pasado muchos años, demasiada gente apareció, laboró y se fue. Quién vino de super héroe y ya no quiere saber nada, quien trabajó humildemente y lo aburrieron; los hastiados, los fatigados, los traidores a la causa… son muchos los que ahora se preguntan si es verdad que el andalucismo existe. Los que se plantean un entierro con dignidad.

Cada vez somos menos y más divididos. Cada convocatoria electoral es más decisiva que la anterior. Cada vez existe menos margen de maniobra y más dosis de agonía. Bueno, al menos hemos sido coherentes con nosotros mismos, aunque incapaces también en muchos casos de hacer autocrítica subidos en nuestras respectivas almenaras desde donde todo se ve mejor y no nos lleva la riada.

Hace muchos años quienes se sentían andaluces cambiaron España. ¿Qué hemos hecho nosotros? Nadie se lo esperaba, pero en 1977 saltó la sorpresa y poco tiempo después, un 28 de febrero, el estupor. No contaban, no estaban invitados – como siempre – y se invitaron solos. Fue necesario hacerles un sitio en el banquete, pero chirriaban, rompían la armonía, el buen ambiente reinante. No se veía bien sentar a los pobres en la mesa de los ricos. Por eso, poco a poco, fue necesario irles dando empujoncitos para que se cayeran de la silla, pero ellos aguantaban. Ahora, cuando nos la cedieron sin haberla merecido, hemos sido incapaces de mantenernos en ella con dignidad y aquel 18 de febrero de 2007, el día que votamos la reforma de nuestro Estatuto, cuando consiguieron al fin echarnos, no tuvimos el valor y la gallardía de agarrarnos al mantel y llevárnoslo consigo.

Os consideráis andalucistas, parte de un pueblo que siente y vive en andaluz su nacionalismo. Pero desconocéis vuestra responsabilidad. Fijaros la preocupación que tiene el sistema. El diccionario de la Real Academia Española define así la palabra “catalanismo”: “Amor o apego a las cosas características o típicas de Cataluña”. Lo mismo ocurre cuando define, por ejemplo, la palabra “vasquismo”: “Amor o apego a las cosas características o típicas del País Vasco”. O también podemos leer la definición de “castellanismo”: “Amor o apego a las cosas características o típicas de Castilla”. Así nos podríamos recorrer las principales autonomías, todas iguales. Veamos ahora cómo define este mismo diccionario la palabra “andalucismo”: “Amor o apego a las cosas características o típicas de Andalucía, en España”. ¿Captáis el matiz?

 Algo aún más aclaratorio: estas definiciones se encuentran incluidas en la vigésimo segunda edición del citado diccionario (año 2001), en la anterior edición (1992), el matiz no existía.

 Y es que el régimen está preocupado porque un día puedan aparecer por estas tierras los andaluces de conciencia. Los que llevan a su nación en lo más profundo del alma, en el corazón y no en la cartera. Porque, entonces, todo cambiará.    

 No temen a los empresarios codiciosos, ni a los intelectuales manejables, ni a los obreros domados, ni a los políticos profesionales, que usan Andalucía en beneficio propio. Y mucho menos temen a los políticos atemperados que utilizan como apellido la palabra anda­lucista. Esos se encuentran “cautivos y desarmados”.

Están en su mundo, protegidos con cargos de confianza y am­parados por asesores que les guían. Aunque, si lo pensamos bien, ¿por qué los políticos se rodean de consejeros que les dicen lo listos que son, lo bonitos que son y lo bien que lo hacen? Es una pérdida de tiempo y dinero, para eso ya tienen a su madre y a su abuela que se lo cantan gratis con mucha más gracia y mejor ánimo. Pero los áulicos consejeros siempre han encontrado un lugar entre los dirigentes, sean de la clase que sean. Y, claro, cuando no se ve la realidad, encerrados en una burbuja de autocomplacencia y asustados por la espada que pende del cielo; cuando tienen claro – como le corroboran sus asesores – que lo está haciendo perfectamente bien y las desgracias vienen de fuera, nunca encontrarán una solución y el problema se irá ampliando y deteriorando. Mientras tanto, las bases andalucistas, las trabaja­doras, las que mantienen una luz de esperanza, únicamente son útiles en labores de intendencia.   

Ya nos lo decía hace tiempo un viejo militante andalucista, cur­tido en mil batallas, resentido y cansado: “Desengañaos, el andalu­cismo de ahora es como un tonel viejo y estropeado, aunque le eches el mejor vino del mundo, se convierte en vinagre”.

Duro, tremendamente duro, pero en nuestras manos, y en nues­tros corazones, está darle o quitarle la razón a una frase, conociendo a su autor, expresada más para provocar reacciones que para hacer daño. Al contrario de esos enterradores que se creen dueños de un ideal en el que, al parecer, nunca hicieron nada mal y se obsesionan por pasarlo a mejor vida. Como tampoco faltan quienes se muestran convencidos de que una vez desaparecido este andalucismo político del siglo XXI – incapaz de abandonar el lastre del siglo XX – sólo entonces podrá nacer algo nuevo y diferente. Ojalá el andalucismo político de hoy tuviese los medios y los recursos de otras épocas, pero no hay más cera que la que arde. Y, sin embargo, aquí no sobra nadie, pero hay tanto por mejorar…

Si somos – o mejor, si nos sentimos – andalucistas, algo debe estar royendo nuestras entrañas, aunque intentemos ignorarlo. A quie­nes tengan esa sensación va nuestro ánimo y aplauso. Reconocemos que el Imperio Persa es demasiado potente y numeroso para este puñado de últimos espartanos, pero debemos hacerle frente en las Termópilas de Despeñaperros. Y, de todas formas, siempre nos que­dará el consuelo de estar donde queremos y luchar por lo que creemos necesario para esta tierra. Ante todo, fieles. Pobres y pocos, pero coherentes… y sensatos.

Autor: Tomás Gutier.

Libro «Cara y Cruz del Andalucismo» (Autores: Tomas Gutier/Manuel Ruiz)