Quisiéramos escribirle esta carta a una dama querida: Andalucía, pero nos han dicho que, aunque se le ve, no existe. Por ello, nos permitimos enviarla a alguien que, aunque no se le ve, parece que existe: el pueblo Andaluz.
A ese pueblo capaz de las mayores grandezas y las peores miserias. El pueblo pobre en tierra rica, o como dijo Blas Infante, más valorado por extranjeros que por algunos españoles. El pueblo que trabaja y acepta que le llamen holgazán. El pueblo que domina mientras se deja dominar. El pueblo que inventó la palabra baladí, porque siempre piensa que es mejor lo que viene de fuera. El pueblo de las tres religiones y una sola cultura. El pueblo que reza cantando mientras grita su desesperación. El pueblo que llora mientras canta. El pueblo que ha adorado a todos los dioses…..¿A quién reverenciáis ahora?.
Ahora os equivocáis. Habéis pasado de crecer, y crear, grandes mitos, de hacer vuestro propio credo, a venerar un dios falso. Vuestro señorito andaluz no existe. En Andalucía nunca ha habido señoritos, es algo importado. Nos llegó junto a los “reconquistadores”, con la inquisición, el autoritarismo y la imposición. En Andalucía hay jornaleros, trabajadores de siempre, gente orgullosa de su labor y de su creatividad. Ese elemento altivo y arrogante, ese terrateniente que se vanagloria de vivir sin trabajar, nos vino de afuera, nos lo trajo una cultura impuesta a sangre y fuego de intolerancia. Y vosotros, que os lo creéis todo, lo habéis asumido. Y como ya nos veis al señorito a caballo, adoráis a otro que apareció tres décadas atrás con traje de pana y ahora lleva camisas de diseño. No escarmentáis.
Deberíais conocer vuestra historia y descubrir que no siempre fuimos así. Constituimos una gran sociedad civil que intercambiaba entre sí y con otros pueblos el fruto de su trabajo y sus conocimientos. Un pueblo orgulloso que mandaba y dominaba sin dejarse avasallar por sus gobernantes. Pero nuestra forma de ser cambió con la conquista. Nos imbuyeron las costumbres de los invasores y de estar satisfechos con nuestro trabajo hemos pasado a pensar que lo mejor es no trabajar, como hace el señorito. Pero en realidad, no somos así, como tampoco somos ese pueblo “universal” que proclaman, o, al menos, no esa clase de “universalidad” que significa preocuparse por todo sin hacer nada por nadie. Ni siquiera por nosotros mismos. Ese sufrir por el hambre en África mientras nuestro vecino pasa penalidades… sin solucionar ni lo uno ni lo otro.
No somos como nos pintan. Tampoco somos seres indolentes, carentes de la menor sensibilidad ante el dolor, la pobreza en todos sus perfiles, la pena…, de lo contrario, nos acercaríamos a la muchedumbre como meros individuos movidos solo por instintos animales: como bestias. No, no lo somos, tenemos una gran sensibilidad ante las personas, capacidad de comunicación, agilidad mental y culto a la belleza por las cosas bien hechas. Eso sí: si un día nos descubrimos a nosotros mismos, quedaremos asombrados. Mientras tanto, dejamos que la anestesia nos invada. Sin darnos cuenta de que la política es algo demasiado importante como para dejarlo en manos de los partidos políticos.
No hablamos ya de que Andalucía carezca de protagonismo –en la historia reciente nunca lo ha tenido-, es que ya no es ni espectadora. Andalucía duerme en su butaca y cuando escucha algún ruido, algún murmullo, se despierta y aplaude. Sin saber a quién, sin saber a qué. Aplaude, llora o ríe y de nuevo se sumerge en su sopor.
Difícil está la cosa, si no reaccionamos cuando Blas Infante nos gritó: “He visto esta tierra entregada a los aventureros de la política, advenedizos que vinieron de fuera y han convertido a sus pueblos en granjas explotadas por Madrid”, tampoco ahora despertaremos del letargo.
En la carta anterior, insensatamente y cometiendo un pecado, hemos retado y amenazado a España. De ti, pueblo Andaluz, depende que nos tomen en serio. ¿Estás ahí?
Autor: Tomás Gutier.
Libro «Cara y Cruz del Andalucismo» (Autores: Tomas Gutier/Manuel Ruiz)