IdIA

2. Archidona, su colegio (1896 – 1899)

Blas Infante. Toda su verdad I

Entre 1896 y 1899 Blasilio Infante es alumno interno del colegio de las Escuelas Pías de Jesús Nazareno de Archidona, en Málaga. La blanca, luminosa Archidona se acuesta sobre la montaña en cuya cima brilla el Santuario de la Virgen de Gracia, la estrella, el norte, la gran protectora de los archidoneses. La pendiente es extrema y la cumbre otea un redondo horizonte sin límites. El desmesurado volumen del edificio escolar destaca en el conjunto del paisaje urbano. Una de las callejas –la calle Colegio- lo atraviesa bajo un arco, puente trazado entre los dos bloques colegiales.

            A los claustros de cal y sol con alzados arcos en los patios de recreo y el otro noble con naranjos, geranios, fuente viva de peces escarlatas centrada en un león con el escudo de la Orden, vuelcan los balcones y ventanas con esos zócalos cerámicos típicos en la arquitectura de las nuevas poblaciones del XVIII con Carlos III. Y arriba la gloria celeste del más enérgico de los azules andaluces. Es sin duda, arquitectura noble, importante, digna vecina de la frontera maravilla que es la Plaza Ochavada.

            En los años fronterizos del 98, la crisis americana acentuó los contrastes: de los 7.336 hijos de Archidona, 6.846 no llegaban a contribuyentes; tal era su nivel económico. Los “síndicos” municipales (defensores del pueblo de aquella hora) exponen al Ayuntamiento finisecular “que ven con dolor cómo los braceros, que se reputan jornaleros, acuden a la limosna por necesidad”.

Eran 470. Y añaden que 368 ciudadanos la pedían sosteniéndose de ella”. Cuando tenían trabajo, los jornaleros archidoneses de aquellos años “gozaban” de un salario de 1,25 al día. Una libra de pan costaba 90 céntimos. Por ello, les era más rentable el jornal de tres reales y  “los avíos” para hacer un gazpacho.

            En 1990 era una delicia el campesino, dichoso con tres reales de jornal y los avíos de ajo, aceite, sal y vinagre para el gazpacho. Era frecuente que los trabajadores se contrataran en la vecina Antequera cuarenta días por cinco reales y un cocido de carne y de tocino sin carne ni tocino (que se comían los manijeros).

            Y por esta vía le llegó a Blasillo Infante la revelación estelar de su vida. Diariamente, en la calle Colegio, por una puerta lateral próxima a las cocinas del centro docente, los escolapios servían a mendigos y jornaleros ( un total de 838 sumaban en el pueblo) la que se llamaba “guiropa”, rancho de patatas y carne.

            El alumnado externo era de 627 hijos del pueblo en educación gratuita (y pública) sin separación ninguna ni en aulas ni “recreos” ni rezos, ninguna, respecto a los 23 colegiales internos entre los que Infante se hallaba. Fotografías de la época, conservadas en el Archivo Colegial, manifiestan la mezcla de jornaleritos y niños “bien” claramente distintos en su atuendo.

            Blas abonaba por ser interno, no por la enseñanza, también para él gratuita. Y era alta la pensión completa (incluidos libros y composturas): 395 pesetas al trimestre. En aquellos mismos años 1896-1900, el sueldo trimestral del oficial mayor del Ayuntamiento era de 304. Y un jornalero (de tener tajo), uno de los padres de muchos condiscípulos de colegial interno, recibía 114 pesetas en igual periodo. El esfuerzo económico de la familia era notable. Ignacio el menor de los Infantes coronaba su educación primaria, reclamaba nuevos gastos. La crisis de 1898 agravaba la situación. Blas Infante dejaría su colegio  archidonés y, con su hermano Ignacio, se matricularía en el Colegio San Rafael, en Málaga capital. Era un centro prestigiado. Allí cursó (1899-1901) los dos últimos cursos del bachillerato.

            Por la calle Colegio, bajo su bóveda, cuesta abajo, va la fila de los internos de los escolapios. La muchachada colegial, optimista por el paseo, salta, ríe, parla y manotea. Son gorriones. Caminan en ternas, lindos con sus uniformes de gorritas con galón dorado que también recorre el pantalón largo de paño azul, como la chaqueta sobre el chalequito blanco de dril y el lazo de corbata y las botitas de charol. Un cura bonetudo a la cabeza, otro a la zaga. Desembocan en la Plaza Ochavada, llena de tiendecitas rurales. Espartillas, pellejos, hortalizas, aperos, almohazas y guarniciones, trajín del mujerío…Apoyados en las paredes, sin gana, con la colilla lacia amarilla de nicotina hombres de gorra jornalera se rascan la cabeza, charlan o dormitan o miran sin ver.

            El “reglamento para los seminarios (así llamaban a los internados) de Escuelas Pías mandado observar en todos los colegios de las dos Castillas y Andalucía” prescribe en su artículo 132 que “el día mensual de Comunión…Cantan al piano la Salve y el Santo Dios” La letra del Santo Dios dice así: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal. Líbranos, Señor, de todo mal. Por la sal de nuestra frente. Danos pan, salud, danos Fe. Salva al pueblo que perece por tu nombre uno en tres”. En los tres cursos vividos por Blas en el colegio escolapio archidonés, al menos veintisiete y dos veces cantó este himno. Pasados los años, lo reencontró en su estancia como notario en Cantillana: “Durante los crepúsculos inolvidables, oía cantar el Santo Dios a los segadores a la salida y puesta del Sol”

En esa hora divina del amanecer tiene la campiña una pureza casi milagrosa…Por un estrecho sendero, avanza hacia el sembrado una cuadrilla de jornaleros. Entonces, el capataz descubre solemnemente su cabeza, cual si hubiera entrado en un templo, y, grave y sereno, entona un cántico religioso, sencillo y popular: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal: líbranos, Señor, de todo mal…”

            Levanta luego el sombrero en alto, lo balancea, cual si agitara una bandera, y lo lanza a larga distancia sobre el campo de espigas. Es la señal: los segadores se inclinan sobre la mies y comienzan a cantar y a cortar moviendo las hoces al compás del sagrado cántico. Así van segando hasta llegar al lugar donde cayera el sombrero, reposan y continúan después su labor en silencio.

            El Colegio de Archidona, fundado en 1757, fue una institución popular y también, ilustrada. Sorprende la calidad humana e intelectual de su claustro. Hasta 1860 en que se funda el Colegio de Granada, fue el único de la Orden en toda Andalucía y en sus documentos oficiales era llamado “Aquel lejano Colegio”. Alejado entonces de la Corte y de otros centros calasancios, perdido en las distancias de diligencias nada diligentes, ¿cómo se explica la continuada presencia de escolapios tan cultos?

            En centros así (solitarios y remotos), eran residenciados los inquietos. Archidona era algo así como una “casa de castigo”.

Blas Infante. Todas su verdad. Volumen I

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